A principios de la primavera se convoca en mi pueblo un
concurso local de cuentos y narrativa breve. Este año no sé por qué, quizá animada por las chicas del Círculo Literario, me atreví a participar. Yo, que jamás he escrito nada breve, escribí una historia de 4 folios a una cara y doble espacio y además ¡en catalán! lengua que apenas chapurreo, pese a que llevo 20 años viviendo en Cataluña vivo en un ambiente castellano parlante, pero sobre todo, no la escribo.
Antes de que nadie se sienta ofendido porque piense que pongo poco interés en el idioma después de 20 años de residencia en Cataluña, quiero aclarar que los primeros años de mi estancia aquí, hice varios cursos de catalán, de ahí saqué la capacidad para leerlo y entenderlo muy bien, escribirlo fatal porque las reglas de acentuación me resultan complicadas y descubrí que tengo un problema de comprensión en cuanto a oír el idioma. Lo oigo, pero mi cerebro se empeña en traducirlo al castellano, luego pienso la respuesta en castellano y la tengo que traducir al catalán, lo que hace que mi proceso mental sea lento y torpe en cuanto al uso del catalán. Pero ahora que mi hija va a la escuela y recibe la educación en catalán por el tema de la inmersión lingüística he descubierto que cuando ella me habla en catalán, sin darme cuenta me voy esforzando en responderle yo igual y a ver si así me voy soltando. Que no es que no sé sepa, lo que no sé es pensar en catalán.
Pero vayamos a por el cuento en sí, os lo copio y pego aquí abajo a continuación, primero en castellano y luego en catalán, para traducir el original escrito en castellano usé
esta página de traducción y la verdad es que creo que me quedó muy logrado.
Antes de poner el texto debo reconocer que no gané, ni siquiera quedé entre los tres finalistas, pero me siento orgullosa que haber escrito algo decente después de tanto tiempo de abandono de la literatura. Y vamos allá, mi relato se llama El útimo tren.
A veces pienso que mi vida siempre ha
estado ligada al tren. Que el sonido del silbato de la locomotora fue como una señal horaria y que mi vida se teje con los hilos de los
cables de la catenaria. Casi como si pudiera usar las líneas de las
interminables vías a modo de renglones sobre los que escribir el
devenir de mi historia personal.
Cuando me hice mayor, decidí viajar
en tren por todo el país con una gran mochila por todo equipaje y
una cámara réflex al cuello y varios meses después y tras recorrer
miles de kilómetros rodando sobre raíles de acero, conocería al
amor de vida. Continuamos juntos aquel viaje, como cuando las vías
se unen y entrecruzan en un cambio de agujas.
Él era un viajero compulsivo, pese a
que su edad casi doblaba mis breves veinte años, la conexión entre
nosotros fue tan buena desde el primer momento como la de dos ruedas
dentadas que encajan perfectamente.
El recorrido que hicimos juntos nos
llevó fuera de las fronteras de nuestro país, juntos recorrimos
parte de Europa, visitamos ciudades en dónde fuimos los únicos en
muchos kilómetros a la redonda en hablar nuestro idioma. Y no nos
importaba, es un tópico, pero el sentirnos diferentes a los demás
nos hacía sentirnos únicos y unidos de una manera tan especial que
sólo aquellos que han conocido el amor verdadero lo entenderán.
A veces hacíamos el camino juntos,
otras veces nuestras vías se separaban en la puerta de la estación
y, mientras él, viajero constante, que ya había estado en todas
partes al menos un par de veces, visitaba a antiguos amigos; yo,
nueva en el lugar, exploraba calles, visitaba museos, monumentos y
arquitectura propia del lugar que inmortalizaba con mi cámara. Era
un testamento vivo de los sitios por los que pasaba y en cierta
manera era mi tesoro.
Siempre el silbido del tren nos volvía
a reunir en un nuevo convoy que nos llevaba a otro nuevo destino.
Albergues, hoteles, posadas y vagones nocturnos con camas fueron el
nido en que reposaba nuestro amor viajero.
Me presentó a unos amigos en una
ciudad tan hermosa que era un pecado perderse una excursión por sus
calles; aquel día, con aquellas personas, supe que él jamás
renunciaría a su modo de vida. Había conocido a personas tan
estupendas en tantas partes del mundo, que encerrarle en una casa, a
hacer la vida que a cualquier persona normal le encantaría, sería
como encerrar en una jaula al animal más bello del mundo, aún
siendo plenamente consciente de que esto le mataría de pena.
Tras unos meses maravillosos durante
los cuales fuimos muy felices, mi año sabático terminó; debía
regresar a casa y volver a una vida convencional. Yo era una
estudiante universitaria que había tomado un año libre para viajar
antes de acabar la carrera y así tener que aceptar que
definitivamente me hacía adulta. Él era un artista, fotografiaba,
pintaba, escribía poesías, todo lo que una chica soñadora anhela y
todo lo que espantaría a los padres de esta misma chica.
Me acompañó a casa, conoció a mi
familia, pasó unos días conmigo y luego volvió a partir. Pero esta
vez no se alejó de mí en tren. El mundo de este lado del Atlántico
se le quedaba pequeño y su próximo medio de transporte sería un
avión que le depositaría en un nuevo continente.
No sabíamos cómo íbamos a seguir
comunicándonos, estábamos en esa época que ahora nos parece casi
prehistórica, en la que había pocos móviles y los que habían sólo
servían para llamar. Quedamos en que me enviaría postales desde
algunas ciudades, para que yo pudiese saber que estaba bien. Mientras
las alas del avión se lo llevaban volando de mi lado, tuve la
certeza de que aquello acababa allí.
Apenas llegaron unas cuantas postales,
una o dos llamadas en las que su voz sonaba distante y entrecortada
por la calidad de la línea y nuestra relación se diluyó en el
tiempo y en el espacio que nos separaba.
Volví a mi vida, mi carrera, mis
amigas, mis prácticas y con la suerte de mi parte, pronto empecé a
trabajar de lo mío. No necesitaba volver a enamorarme, así que mi
coraza de persona que no desea conocer de nuevo el amor me hizo
invisible para todos los hombres durante mucho tiempo. Luego conocí
al hombre con el que me casaría al cabo de unos años, pero siempre
hubo en mi corazón un pequeño rinconcito en el que veía un vagón
de tren esperando por mi en el anden; un tren que me alejaría de mi
vida convencional y me llevaría a recorrer de nuevo aquellos caminos
que descubrí con él, aquellos países y ciudades donde él y yo
fuimos únicos, pero para entonces ya me faltaba el valor.
Pasaron rápido los años, un tiempo
precioso de felicidad con mi marido y la familia que formamos, no
tuvimos hijos porque nunca llegaron pero no nos hicieron falta;
viajamos, vivimos en distintas ciudades, trabajamos mucho,
disfrutamos y pasamos por crisis como todas las parejas, pero este
amor discreto tuvo las raíces lo suficientemente profundas como para
aguantar todo este tiempo, hasta que él falleció de un infarto
fulminante poco después de nuestro décimo quinto aniversario de
matrimonio.
Los tiempos modernos nos trajeron las
redes sociales y la conexión universal, la forma en la que nadie
está nunca demasiado lejos, porque podemos hablar con la otra punta
del globo terráqueo en tiempo real y prácticamente gratis. Sin
darme cuenta, me descubrí un día tecleando su nombre en el buscador
de facebook y allí estaba él, aunque había muchas más personas
con su mismo nombre, era él sin duda; en la fotografía de su
perfil, un bello primer plano, todavia podían apreciarse sus
preciosos ojos pardos, brillantes y jóvenes, como si no hubieran
pasado por ellos los más de veinte años que separaban nuestro
último encuentro. Investigué en sus datos de la red y descubrí que
vivía en aquella ciudad en la que nos encontramos la primera vez, a
unos pocos miles de kilómetros de mi localidad. Necesité al menos
un par se semanas para reunir el valor de escribirle, me daba miedo
introducirme de nuevo en su vida, ¿pudiera ser que él no me
recordase ya? Pero una noche soñé con él, con aquella estación
donde durante todos estos años me había esperado un vagón que me
llevaba de vuelta a su lado, me levanté de madrugada y le escribí a
través del servicio de mensajería de facebook. Sólo fui capaz de
escribir un escueto saludo formal y un buenas noches. Su respuesta no
tardó ni cinco minutos: Buenas noches, llevo veinte años esperando
la oportunidad de volver a hablar contigo.
El torrente de palabras fue imparable,
le había encontrado conectado a estas horas de la noche porque
seguía siendo un artista y todavía estaba trabajando, editando en
su ordenador algunas fotos para un encargo. Me envió una fotografía,
me dijo que había sido su favorita durante mucho tiempo, era una
instantánea que me había sacado en el aeropuerto el día que nos
separamos, tanto tiempo atrás, sin que yo me diera cuenta. Ésta es
la última imagen que tengo de ti, me dijo; en la foto yo estaba de
perfil, con la cabeza alzada, mirando los indicadores del aeropuerto
y leyendo los datos del vuelo en el que él se marcharía apenas unas
horas después. Me emocioné al verla. Me había retratado tal como
yo era, no hubiera sido lo mismo una foto posada, con la sonrisa
forzada y los hombros rectos. En esta que veía ahora era yo misma,
con mi pelo cayendo por la espalda en una trenza floja y arrugando un
poco los párpados en clara posición de miope.
Apenas ha pasado un semana desde
aquella noche, no hemos parado de escribirnos, primero por la
mensajera de la red social, luego por whatsapp e incluso me llamó
una vez, pero sólo fui capaz de llorar al oír su voz, con el
corazón encogido y las lágrimas rodando por mi rostro, sonaba igual
que tantos años atrás y oír mi nombre en su voz fue como viajar
atrás en el tiempo.
Ahora estoy viajando de nuevo, escribo
esta carta desde mi asiento en el tren de largo recorrido que me
lleva hasta la ciudad en la que coincidimos la primera vez. No se
parece en nada al antiguo vagón que durante tanto tiempo apareció
en mis sueños, viajo en un moderno y rapidísimo tren de alta
velocidad, como decía al principio, escribiendo mi vida sobre las
líneas de las vías y tejiéndola con los hilos de la catenaria.
Siempre se dice aquello de que hay
trenes que sólo pasan una vez en la vida. Puede que este no sea mi
último viaje, pero es mi último tren y no podía dejarlo pasar.
Acabo de darme cuenta de que todavía
no os he dicho mi nombre, me llamo Penélope, como aquella mujer de
la canción que se queda eternamente en la estación esperando a un
amor que jamás volvería.
Yo viajo hacia mi destino sin miedo,
porque sé que Andrés me está esperando al final de la vía.
En catalán:
L'últim tren.
De vegades penso que la meva vida
sempre ha estat lligada al tren. Que el so del xiulet de la
locomotora va ser com un senyal horari i que la meva vida es teixeix
amb els fils dels cables de la catenària. Gairebé com si pogués
fer servir les línies de les interminables vies a manera de línies
sobre els quals escriure l'esdevenir de la meva història personal.
Quan era jove, vaig decidir viatjar
amb tren per tot el país amb una gran motxilla per tot equipatge i
una càmera rèflex
al coll; diversos mesos després
i després de recórrer milers de quilòmetres rodant sobre rails
d'acer, li vaig conèixer a ell. Continuem junts aquell viatge, com
quan les vies s'uneixen i entrecreuen en un canvi d'agulles.
Ell
era un viatger compulsiu, malgrat que la seva edat gairebé doblegava
els meus breus vint anys, la connexió entre nosaltres va ser tan
bona des del primer moment com la de dues rodes dentades que encaixen
perfectament.
El recorregut que vam fer junts ens va
portar fora de les fronteres del nostre país, junts vam recórrer
part d'Europa, visitem ciutats on vam ser els únics en molts
quilòmetres a la rodona a parlar el nostre idioma. I no ens
importava, és un tòpic, però el sentir-nos diferents als altres
ens feia sentir-nos únics i units d'una manera tan especial que
només aquells que han conegut l'amor veritable ho entendran. De
vegades fèiem el camí junts, altres vegades les nostres vies se
separaven en la porta de l'estació i, mentre ell, viatger constant,
que ja havia estat a tot arreu almenys un parell de vegades, visitava
a antics amics; jo, nova en el lloc, explorava carrers, visitava
museus, monuments i l'arquitectura
pròpia del lloc que immortalitzava amb la meva càmera. Era un
testament viu dels llocs pels quals passava i en certa manera era el
meu tresor. Sempre la xiulada
del tren ens tornava a reunir en un nou comboi que ens portava a una
altra nova destinació. Albergs, hotels, posades i vagons nocturns
amb llits van ser el niu en què reposava el nostre amor viatger. Em
va presentar a uns amics en una ciutat tan bella que era un pecat
perdre's una excursió pels seus carrers; aquell dia, amb aquelles
persones, vaig saber que ell mai renunciaria a la seva forma
de vida. Havia conegut a persones tan estupendes en tantes parts del
món, que tancar-li en una casa, a fer la vida que a qualsevol
persona normal li encantaria, seria com tancar en una gàbia a
l'animal més bell del món, encara sent plenament conscient que això
li mataria de pena.
Després d'uns mesos meravellosos
durant els quals vam ser molt feliços, el meu any sabàtic va
acabar; havia de tornar a casa i tornar a una vida convencional. Jo
era una estudiant universitària que havia pres un any lliure per
viatjar abans d'acabar la carrera i així haver d'acceptar que
definitivament em feia adulta. Ell era un artista, fotografiava,
pintava, escrivia poesies, tot el que una noia somiadora anhela i tot
el que espantaria als pares d'aquesta mateixa noia. Em va acompanyar
a casa, va conèixer a la meva família, va passar uns dies amb mi i
després va tornar a partir. Però aquesta vegada no es va allunyar
de mi amb tren. El món d'aquest costat de l'Atlàntic
se li quedava petit i el seu proper mitjà de transport seria un avió
que li dipositaria en un nou continent.
No
sabíem com seguiríem comunicant-nos, estàvem en aquesta època que
ara ens sembla gairebé prehistòrica, en la qual hi havia pocs
mòbils i els que havien només servien per trucar.
Quedem que m'enviaria postals des d'algunes ciutats, perquè jo
pogués saber que estava bé.
Mentre les ales de l'avió l'hi portaven volant del meu costat, vaig
tenir la certesa que allò acabava allí. Amb prou feines van arribar
unes quantes postals, i
una o dues trucades en les quals la seva veu sonava distant i
entretallada per la qualitat de la línia i la nostra relació es va
diluir en el temps i a l'espai que ens separava.
Vaig tornar a la meva vida, la meva
carrera, les meves amigues, i amb la sort de la meva part, aviat vaig
començar a treballar del meu. No necessitava tornar a enamorar-me,
així que la meva cuirassa de persona que no desitja conèixer de nou
l'amor em va fer invisible per a tots els homes durant molt temps.
Després vaig conèixer a l'home amb el qual em casaria al cap d'uns
anys, però sempre va haver-hi en el meu cor un petit raconet en el
qual veia un vagó de tren esperant-me
en l'andana;
un tren que m'allunyaria de la meva vida convencional i em portaria a
recórrer de nou aquells camins que vaig descobrir amb ell, aquells
països i ciutats on ell i jo vam ser únics, però per llavors ja em
faltava el valor.
Van passar ràpid els anys, un temps
preciós de felicitat amb el meu marit i la família que formem, no
vam tenir fills perquè mai van arribar però no ens van fer falta;
viatgem, vivim en diferents ciutats, treballem molt, gaudim i passem
per crisis com totes les parelles, però aquest amor discret va tenir
les arrels prou profundes com per aguantar tot aquest temps, fins que
ell
va morir d'un infart fulminant poc després del nostre dècim cinquè
aniversari de matrimoni.
Els
temps moderns ens van portar les xarxes socials i la connexió
universal, la forma en la qual ningú està mai massa lluny, perquè
podem parlar amb l'altra punta del globus terraqüi en temps real i
pràcticament gratis. Sense adonar-me, em vaig descobrir un dia
teclejant el seu nom en el cercador de facebook i allí estava ell,
encara que hi havia moltes més persones amb el seu mateix nom, era
ell sens dubte; en la fotografia del seu perfil, un bell primer
plànol, encara podien apreciar-se els seus preciosos ulls marrons,
brillants i joves, com si no haguessin passat per ells els més de
vint anys que separaven la nostra última trobada. Vaig investigar en
les seves dades de la xarxa i vaig descobrir que actualment vivia en
aquella ciutat en la qual ens trobem la primera vegada, a uns pocs
milers de quilòmetres de la meva localitat. Vaig necessitar almenys
un parell de setmanes per reunir el valor d'escriure-li, em feia por
introduir-me de nou en la seva vida, pogués ser que ell no em
recordés ja? Però una nit vaig somiar amb ell, amb aquella estació
on durant tots aquests anys m'havia esperat un vagó que em portava
de tornada al seu costat, em vaig aixecar de matinada i li vaig
escriure a través del servei de missatgeria de facebook. Només vaig
ser capaç d'escriure una escarida salutació formal i un bona nit.
La seva resposta no va trigar ni cinc minuts: Bona nit, fa vint anys
que espero l'oportunitat de parlar amb tu.
El torrent de paraules va ser
imparable, li havia
trobat connectat a aquestes
hores de la nit perquè seguia sent un artista i encara estava
treballant, editant en el seu ordinador algunes fotos per a un
encàrrec. Em va enviar una fotografia, em va dir que havia estat la
seva favorita durant molt temps, era una instantània que m'havia
tret en l'aeroport el dia que ens separem, tant temps enrere, sense
que jo m'adonés. Aquesta és l'última imatge que tinc de tu, em va
dir; a la foto jo estava de perfil, amb el cap alçat, mirant els
indicadors de l'aeroport i llegint les dades del vol en el qual ell
es marxaria unes hores després. Em vaig emocionar en veure-la.
M'havia retratat tal com jo era, no hagués estat el mateix una foto
posada, amb el somriure forçat i les espatlles rectes. En aquesta
que veia ara era jo mateixa, amb els
meus
cabells
caient per l'esquena en una trena fluixa i arrugant una mica les
parpelles en clara posició de miope.
Només
ha passat un setmana des d'aquella nit, no hem parat d'escriure'ns,
primer per la missatgera de la xarxa social, després per whatsapp i
fins i tot em va trucar
una vegada, però només vaig ser capaç de plorar en sentir la seva
veu, amb el cor encongit i les llàgrimes rodant pel meu rostre,
sonava igual que tants anys enrere i sentir el meu nom en la seva veu
va ser com viatjar enrere en el temps.
Ara estic viatjant de nou, escric
aquesta carta des del meu seient al tren de llarg recorregut que em
porta fins a la ciutat en la qual coincidim la primera vegada. No
s'assembla en res a l'antic vagó que durant tant temps va aparèixer
en els meus somnis, viatjo en un modern i rapidíssim tren d'alta
velocitat, com deia al principi, escrivint la meva vida sobre les
línies de les vies i teixint-la amb els fils de la catenària.
Sempre
es diu allò que hi ha trens que només passen una vegada en la vida.
Pot ser que aquest no sigui el meu últim viatge, però és el meu
últim tren i no podia deixar-ho passar.
Acabo d'adonar-me que
encara no us he dit el meu nom, em dic Penèlope,
com aquella dona de la cançó que es queda eternament en l'estació
esperant a un amor que mai no
tornaria. Jo viatjo cap a la
meva destinació sense por, perquè sé que l'Andreu
m'està esperant al final de la via.
Espero que os guste.