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jueves, 9 de septiembre de 2010

La edad de la inocencia, Edith Wharton.


El argumento: Los años setenta del sigo XIX, Nueva York es la cuna de la alta sociedad estadounidense, unas pocas familias son tenidas en alta estima por la pureza de su sangre y la antigüedad de sus negocios familiares; el resto de las familias intentan llegar a la parte alta de la sociedad a través de lazos matrimoniales o de negocios. Los hijos de dos de las familias más influyentes de la alta sociedad, May Welland, perteneciente a la rama de los Mingott y Newland Archer están enamorados y a punto de anunciar su compromiso, cuando regresa a Nueva York la prima de May, Ellen Olenska, que viene huyendo desde Europa de un fallido matrimonio y de la figura de su marido, el conde Olenski. Newland, que trabaja en una firma de abogados y además se verá unido por lazos familiares a Ellen tras casarse con May, deberá encargarse de los asuntos legales de madame Olenska, pero él caerá rendido ante la personalidad de la prima de su prometida.

Mi opinión: Es curiosa la transformación de los sentimientos de Newland, el prometido enamorado de May Welland, que pasa de estar casi obsesionado con anticipar el matrimonio y molestar con su insistencia a su prometida y a toda su familia, a molestarle las cosas de su novia que antes tanto le agradaban.
La primera parte de la novela nos cuenta como Newland ve encantadora la manera de May de sonrojarse, su manera de actuar en actos públicos como el teatro y su forma de expresarse, hasta el punto de considerarla una persona súmamente inocente y como dice él: la vida pasa por su lado sin mancharla; a no poder soportar su aspecto de niña, y comienza a encontrar un claro doble sentido en casi todo lo que su esposa dice, sobre todo cuando se refiere a su prima Ellen.
Es extraño en estos tiempos que corren en los que todo se hace deprisa y corriendo, leer esta historia de amor en la que la gente se enamora sin hablar casi, se casan sin conocerse y se hablan más que nada con los ojos en lugar de con las palabras, porque había muchas palabras, muchas expresiones y conversaciones que no se podían decir, porque era vulgar expresar o sentir tales sentimientos. Así se daban esos extraños matrimonios que funcionaban sólo de puertas para afuera.
A lo largo de la novela, primero siento pena por May y por lo cruel que es Newland al enamorarse de otra, minusvalorando sus virtudes; conforme la historia avanza y veo lo infeliz que él es y cómo ella se descubre como una exacta copia de su madre y cómo a veces actúa con maldad, con tal de conservar a su marido y las indirectas que lanza a Newland con los ojitos brillantes, como dándole a entender que lo sabe todo pero que igualmente perdona, cuando en realidad está preparando el golpe final... la figura de May Archer acaba por convertise en una mujer odiosa. Justo cuando su marido había decidido abandonarla (ya sé, es una putada) ella se saca el as que llevaba escondido en la manga y ¡zás, en toda la boca! Deshace todos los planes de su marido y le “obliga” a permanecer a su lado. Todo esto no sería cruel si no fuera porque antes de su matrimonio, May le juró a Newland que jamás sería capaz de construir su felicidad sobre la desdicha de otros, aunque finalmente parece que le puede la ambición por conservar su posición social, su matrimonio y las buenas apariencias, frente a su propia lealtad a sus promesas.
El final, pues triste pero cierto, ¿cuántas veces no habremos dejado escapar algo sumamente importante por miedo a romper un recuerdo amable que hemos guardado durante años? ¿y si realmente no era tan guapa/o? ¿y si he vivido toda mi vida penando por alguien que no lo merecía?
Una bonita historia, sin duda. Y la película que hicieron hace años, con Winona Ryder en el papel de May Archer y Michelle Pfeiffer en el de madame Ellen Olenska, le hace justicia al libro.
El perfil de la autora en Wikipedia, aquí.

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